DECIDIRSE




Trabajar cansa

Atravesar una calle para escapar de casa

lo hace sólo un muchacho, pero este hombre que pasea

todo el día por las calles, ya no es un muchacho

y no escapa de casa.


Hay en el verano

tardes en que hasta las plazas están vacías, tendidas

bajo el sol que se está por caer, y este hombre, que llega

por una avenida de inútiles plantas, se detiene.

¿Vale la pena estar solo, para estar siempre más solo?

Dando vueltas, las plazas y las calles

están vacías. Hay que detener a una mujer

y hablarla y decidirla a vivir juntos.

De otro modo, uno habla solo. Es por eso que a veces

hay un ebrio nocturno que comienza diálogos

y narra los proyectos de toda su vida.


No es ciertamente esperando en la plaza desierta

que se encuentra a alguien, pero quien pasea las calles

se detiene cada tanto. Si fuesen de a dos,

aun andando por la calle, la casa estaría

donde está la mujer y valdría la pena.


De noche la plaza vuelve a estar desierta

y este hombre, que pasa, no ve ya las casas

entre las luces inútiles, no alza más los ojos:

sólo siente el empedrado, que han hecho otros hombres

con las manos duras, como las suyas.

No es justo quedarse en la plaza desierta.

Seguro que andará por la calle esa mujer

que, rogándola, eche mano a la casa.


Cesare Pavese

PARA PALEAR ESPERANZAS



El subversivo

Un día,

el pobre tipo

empleado o jornalero,

ese que anda a los tumbos

y de la cuarta

al pértigo,

el que ha visto llover

y llover

y llover

sobre su lomo gris

y su triste sombrero;

ese,

el tipo a destajo

que vive de segunda

como el padre del padre

de su anónimo abuelo:

el buen contribuyente

de la cola de acémilas,
aquél,
el locatario
con su ataúd de deudas,
ese que viaja en ómnibus
o en tren la vida entera;
un día,
cualquier día
de mascar la impotencia,
va a agotar,
va a gastar,
va a perder la paciencia:
esa última,
oscura rebelión
que le queda.


Un día

el subversivo,
va a empuñar la impaciencia.


El tipo es un peligro:
tiene un arma secreta.


Armando Tejada Gómez (1967)

DESEO DE FIN DE AÑO



La luna con gatillo

Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.

El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.

El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.

Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.

Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.

Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.

¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?

He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.

El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.

Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!

Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.

Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.

No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.

Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.

Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.

Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.

No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!

No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.

Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.

Raúl Gonzáles Tuñón.